Las trabajadoras sexuales en Chile siguen enfrentando las consecuencias del Covid 19 sin ayuda del Estado
17 de julio de 2024
Taroa Zúñiga Silva
Hace poco más de un año, la OMS declaró el fin de la emergencia sanitaria por Covid-19, que tuvo desastrosas consecuencias para los y las trabajadoras, especialmente para quienes se desempeñaban en el ámbito del trabajo informal. Según un informe del Banco Mundial, los últimos cinco años reflejarían las peores cifras de los últimos treinta años: el 40% de los países de bajo ingreso seguirán siendo más pobres de lo que eran antes de la pandemia.
En Chile, 2 millones de puestos de trabajo se perdieron durante la pandemia. En un informe del instituto de Economía de la Universidad Católica de Chile, se indica que la tasa de ocupación podría llegar a recuperar los niveles pre-pandemicos recién a finales del 2026.
En este contexto los y las trabajadores del sector informal se enfrentan a una crisis no contabilizada: el no-reconocimiento de su trabajo les deja por fuera del diseño de políticas públicas adecuadas para su recuperación. Como parte de este sector, las trabajadoras sexuales se enfrentan al gran limbo del estatus legal del trabajo sexual en Chile: no está prohibido ejercerlo, pero tampoco está reconocido como trabajo. La persecución se concentra sobre los lugares en el que se ejerce. Herminda González, Presidenta de la Fundación Margen, me dice que esta situación deja una sola opción a las trabajadoras: las calles. Desde ese lugar, la fundación realiza el acompañamiento que no hace el Estado.
El Fondo Solidario
Durante la cuarentena, Herminda y Nancy (vocera de Margen), aprovechaban la oscuridad de las madrugadas para llegar escondidas a la sede de la fundación, en dónde repartían cajas de comida para las trabajadoras sexuales. “Lo hacíamos porque sabíamos que las muchachas estaban esperando”, comenta Herminda. “Y si no éramos nosotras, ¿quién lo iba a hacer? Solo el pueblo ayuda al pueblo”.
Con el avance de la pandemia, decidieron diseñar protocolos para mantener relaciones sexuales seguras. “Junto con los condones, repartíamos mascarillas y guantes de latex”, porque a pesar de las restricciones, el trabajo no se detuvo. “Hubo compañeras que ganaron mucha plata durante la pandemia”, porque, evidentemente, el riesgo aumentaba el valor de los servicios. Sin embargo, ante cualquier situación que implicara no poder trabajar, las chicas quedaban completamente desprotegidas.
“Muchas de las trabajadoras sexuales sostienen a su familias; son madres, hijas”, me dice González. Ante la ausencia del Estado – que solo realizó una donación de alimentos a la fundación durante toda la pandemia – “las tías”, como llaman cariñosamente las trabajadoras más jóvenes a las líderes de la fundación, decidieron crear un fondo solidario para trabajadoras sexuales, en el que personas aliadas y clientes cercanos realizaron donaciones que les permitieron sostener, medianamente, la crisis pandémica.
El Fondo Solidario todavía se encuentra activo, y se utiliza para apoyar a las trabajadoras sexuales en las épocas más duras del año, que incluye la época en la que corresponde comprar útiles escolares, por ejemplo.
La irrupción de lo virtual
Una de las estrategias para seguir trabajando durante la pandemia fue el salto hacia la virtualidad. “Como todo evoluciona así evoluciona el trabajo sexual” me dice Herminda. En esta evolución las nuevas generaciones juegan un rol fundamental. La gama de mujeres que ejercen el trabajo sexual se ha ampliado sumando, por ejemplo, estudiantes universitarias.
“Acá en Chile solo existen los pobres y los ricos”, aclara la presidenta de Margen, “pero la gente se disfraza de clase media solo porque puede mandar a los chicos al colegio o puedes pagar un arriendo”. Entonces, cuando en un hogar pobre hay niños que estudian y además alguien que empieza a estudiar en un instituto o en la universidad, ese alguien busca el trabajo que más le acomoda.
El trabajo sexual permite a las jóvenes un manejo de los tiempos que no permiten otros trabajos, pero por la situación de clandestinidad, no les permite acceder a créditos hipotecarios, préstamos o jubilación. Desde la fundación, consideran que la legalización del trabajo sexual permitiría todo esto y, además, acabar con la culpa que arrastran las trabajadoras.
“El trabajo sexual no es como el de antaño que se limitaba al coito y al prostíbulo”, me dice Herminda. Hoy en día es muy diverso: incluye también el trabajo vía cámaras web y teléfono, la venta de fotos etc. “Todo el intercambio de tu cuerpo por dinero es trabajo sexual, pero nos cuesta reconocerlo por el estigma”.
Intercambio de sexo por conveniencia
A comienzos de los años 90 el Monseñor Alfonso Baeza, un sacerdote defensor de los DDHH, ejercía como párroco en el centro de Santiago. Se estacionaba cerca de la iglesia, y allí se acercaban las trabajadoras sexuales a ser bendecidas. El sacerdote les ofreció una sala en la parroquia para que se reunieran, instándolas a organizarse. Allí sentadas en una gran mesa mientras tomaban té, Herminda González escuchó por primera vez las voces de otras trabajadoras sexuales, hablando de sus hijos, de los problemas en la casa, en el trabajo, de sus felicidades y de sus penas. En ese tiempo conoció también a Eliana Deltone, la primera dirigente sindical de las Trabajadoras Sexuales en Chile.
En 1995 realizaron el primer encuentro nacional de trabajadoras sexuales, y empezaron a dictar talleres, a los que poco a poco fueron llegando mujeres, que no eran trabajadoras sexuales, pero que estaban interesadas “incluso en consejos de sexualidad”, me cuenta Herminda. Entonces organizaron el primer “taller de intercambio de sexo por conveniencia”. En medio de la precariedad económica de la década de los noventa, “estaban las mujeres que se acostaban [por intercambio] con el verdulero, con el carnicero, con el micrero, etc.” pero no reconocían esto como trabajo sexual. “A nosotras también nos costó años reconocernos” dice González “como bailarinas, no lográbamos dimensionar que estábamos haciendo lo mismo que otras trabajadoras sexuales”. No fue sino hasta cuando empezaron a realizar talleres y empaparse del tema “que nos fuimos dando cuenta de que hacíamos lo mismo, que quizás no transábamos por coito pero mostrábamos el cuerpo para otros”. Herminda está convencida de que se trata de un proceso. “No es fácil decir ‘soy trabajadora sexual’ porque empieza la discriminación”. Por eso las chicas hoy prefieren decir que son “escorts”, como si eso fuera un título universitario.
Potenciales clientes
Herminda afirma que la hipocresía es una de las principales trabas que impiden la legalización del trabajo sexual en Chile. “Todos y todas son potenciales clientes” afirma. Pero hay un retroceso, “porque hablan y deciden por nosotras. ¿Quién decide que las trabajadoras sexuales no pueden serlo porque eso piensa una mujer que tiene a lo mejor más estudios o más dinero?”
Desde la Fundación Margen y el Sindicato Angela Lina se lograron grandes avances e incluso fueron recibidas por la ex presidenta de Chile, Michel Bachelet.
Sin embargo, este vínculo con el Estado se acabó tras la pandemia. Herminda comenta que el estigma se extiende hasta el feminismo. Cuando las trabajadoras sexuales acudieron a la marcha del día de la mujer utilizando sus trajes de bailes, fueron señaladas por otras mujeres por “promover la cosificación del cuerpo”, sin embargo, dice Herminda, “cuando se reunían a cantar las tesis y había muchas mujeres con los senos al aire, eso no promovía la cosificación. Entonces lo que hay es un componente moral y de discriminación”.
“Las tías” de la Fundación Margen se enfrentan a la discriminación con acciones. En medio del frío invierno santiaguino, reparten – además de condones y lubricantes – chocolate y té caliente a las trabajadoras, obligadas a estar en las calles por las restricciones de la ley. Aunque el dolor y el miedo de haber estado tan cerca de la muerte “no se quita nunca”, dice Herminda “la pandemia también nos dejó cosas buenas: la confianza de las chicas en nosotras”.
Taroa Zúñiga Silva es escritora asociada y coordinadora de medios en español de Globetrotter. Es co-editora, junto con Giordana García Sojo, del libro Venezuela, Vórtice de la Guerra del Siglo XXI (2020). Forma parte del comité coordinador de Argos: Observatorio Internacional de Migraciones y Derechos Humanos. También es parte de Mecha Cooperativa, un proyecto del Ejército Comunicacional de Liberación.
Este artículo fue producido para Globetrotter.